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Lo cierto es que desde que la
muchacha se posicionó justo en el asiento frente al suyo y él tuvo la instintiva
idea de posar sus ojos en ella, comenzó a sentir desde al puesto contiguo, los
pellizcos de su compañera de viaje, y de vida.
“¿Qué estás mirando tanto?” le
reclamaba sin interés en disimular su enojo y entre el vaivén de armatoste de
hierro pasado de peso público, aquel simple gesto se convertía en una discusión
desagradable en la que el joven intentaba persuadir a su amada de que no estaba
haciendo nada malo.
“Celos, malditos celos”, recitaría a
trasfondo el cancionero popular. Interesante cúmulo de inseguridades,
clasificado por los diccionarios como sentimiento de inquietud y pesar ante la
idea de que “lo que poseemos”, pueda ser alcanzado por otra persona. Pero, ¿hasta
qué punto podemos ser dueños de alguien, o mejor dicho, de lo que siente hacia
nosotros?
Sería difícil medir sensibilidades.
Lo cierto es que solo deberíamos estar seguros de quienes somos y de la forma
en la que alcanzamos las metas de cada día, incluido el cariño de quien nos
acompaña en la aventura de la vida. El amor y la amistad se ganan con gestos
constantes, con marcas indescifrables que están más allá del aspecto físico, e
incluso, del carácter.
Se cela de muchas maneras, en ese
sentido el cubano común es bastante creativo. Hay celos por una sonrisa, a
causa de una mirada, tras un nombre aludido en una conversación... He escuchado
de celos por una llamada perdida de un remitente desconocido, (expresión difundida
por estos días con el aumento de la telefonía móvil), o peor, por una “perdida”
no retribuida.
“Siiiii”, dirá usted, “¡pero es que
hay cada mujeres coquetas…y hombres!” Es verdad, qué sería de nuestra
idiosincrasia sin esa salsa caribeña que destilamos los cubanos, ¡vaya!, los
tuneros, para quedarnos en la zona. Aun así, lo que pudiera ser considerado un
guiño de traición, a veces no es más que una ilusión óptica ante un ideal de
respeto condicionado por nuestra propia cabeza.
Conocí a una pareja tan enamorada
que lo único que sentía eran celos ¿Contradictorio? pero común, y es que el
fenómeno se torna más serio cuando a pesar de las malas caras y ratos, ¡llega a
ser disfrutado! Por increíble que parezca, el celo ha sido considerado por
muchos como una muestra de interés activo, una señal de cuánto aun le importamos
a la pareja. La imaginación vuela a lugares insospechados, estalla contra la
locura y recrea ambientes catastróficos, basta una milésima de duda.
Y aquí es donde tomamos la curva
equivocada. La duda ante el sentimiento que nos profesan degrada la calidad
emocional propia, la autoestima, el valor humano que nos define a cada uno de
nosotros en el reino de este mundo. Un giro desafortunado en este entramado de
emociones ha llegado a cobrar a su paso tantos años tras las rejas, como
heridas del alma y la carne.
Cada quien es auténtico e
inigualable, ¡cómo no! y la actitud con la que hemos de asumir las relaciones
tendría que darnos fuerzas suficientes para entender que nada vale más que el
amor que decidimos entregar… a nosotros mismos.
Así, amiga o amigo celoso, la
próxima vez que su acompañante gire la vista al lugar equivocado, sonría bien
amplio y hermoso, en señal de su alta estima. En el mejor de los casos
provocará miradas interesadas hacia su rostro… en el peor de ellos, quizás desde
el asiento contiguo le insistan: “¿Por qué estás sonriendo tanto?”