Hay personas que van por la
vida regalando voluntad. Son sencillamente una extraña combinación de energía
interna y valor humano que nos hace quitar el sombrero en reverente acto. Quizás
uno de los mejores recuerdos que guardo de mis recién concluidos años
universitarios es el haber conocido, por simple coincidencia, a una de esas personas.
Las circunstancias se
dieron durante una de aquellas “bizarras travesías” sobre camiones particulares,
que semanalmente debía emprender hasta mi centro de estudios en la ciudad de
los tinajones. Ya había logrado apoderarme y, en la medida de lo posible,
acomodarme en un puesto cuando apareció ella. ¿Su nombre? No recuerdo si lo mencionó
durante el viaje, pero no fue necesario tan insignificante protocolo.