Fundado el 25 de septiembre de 1992,
la institución, ubicada en el municipio de Colombia -de las tres existentes en
la provincia- consumaba el objetivo cardinal de alojar, atender y educar a
niños carentes de protección filial. Como característica imprescindible sus
cimientos debían reunir las condiciones humanas y esenciales de un hogar.
“Por aquí han transitado cerca de 30
niños. Cuando cumplen la mayoría de edad el Estado les garantiza una vivienda
para emprender su vida adulta. Algunos pasan un periodo con nosotros mientras
sus padres cumplen sanciones y después regresan a su núcleo familiar, ese en
definitiva es el objetivo”. Un colectivo de 14 personas sustenta el quehacer
diario -y nocturno- de la casa. Una capacidad para nueve niños es ocupada
actualmente por cuatro. “Están en distintas enseñanzas: Yoilán en la escuela de
oficio, Yanisleydis en secundaria básica, Maité que cumplió 18 años en febrero
y se prepara para el egreso del hogar, en un taller de la escuela especial y
Gilbert de tercer grado en el seminternado Francisco González”.
A un lateral del centro histórico
urbano se levanta exuberante, ornamentada con plantas y sombra acogedora la Casa de amparo familiar. El
entorno es apacible y los pisos fríos, recién aseados, invitan a ser niño otra
vez. Tras las puertas abiertas en par, los muebles acomodados, un cuadro de
Chávez y las fotos de la familia gigante, las sonrisas amplias de cada quinceañera
que ha alcanzado su adultez allí.
Hace cinco años se realizó una
reparación capital a la casa. Este año corresponde otra inversión, aprobada con
doce mil pesos que serán dedicados al mantenimiento general. Los
abastecimientos para la alimentación llegan por el ministerio de Educación, “también
recibimos donaciones de productores de las distintas cooperativas y de la ANAP, aporte que agradecemos
mucho”.
“Ser madre de tantos niños significa mucho, es
ir para la casa pensando si dejé a un niño con tos o si tuvo fiebre, si uno me
faltó a la escuela…estar conectada completamente con el hogar, días y noches,
fines de semana, en la cena de Fin de año… después la familia”.
En papeles consta como un centro
social priorizado, a la vista rutinaria un hogar común, una familia armoniosa y
feliz. “Estoy muy contenta porque en el pueblo reconocen la labor que he
ejercido como directora de la casa desde su fundación”. Y no pocos celos ha
enfrentado. Sus hijos de sangre y vientre común crecieron sabiéndola compartida
en amor y sacrificio. Ahora llegó el momento del retiro, ese que jamás pensó
sería marcado antes de tiempo. Su salud le reclama reposo.
Cuando tuvo que comunicarlo en casa
junto a las lágrimas, saltó la duda: “¿vas a seguir viniendo?” La respuesta queda
en la mirada de madre…“Desde que abrió el hogar, unas veces con más, otras
menos, pero hemos sacado a los niños adelante, siempre luchando. Esta labor es
para toda la vida”.
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