No
entendieron las razones. Le increparon con miradas indiscretas, con preguntas
lacerantes, con opiniones innecesarias. Tiraron su derecho de mujer y lo
mancillaron en el suelo del reproche, degradaron su decisión buscando a un
tercero que jamás fue imprescindible. Ella decidió ser madre soltera y ellos,
los de afuera, nunca lo entendieron.
Se
dice que en una sociedad tan avanzada en diversidad como la actual, no caben
esas cosas de la censura pública. Pero todavía queda en los rincones el miedo a
lo diferente, el espanto ante lo impredecible, la crítica destructiva. Quizás
todo mal que se combate tarda mucho en desaparecer definitivamente.
Ella
dio un paso en falso, cayó al vacío. Así
suele suceder, sabía que existía el riesgo, cada día se lo repetía, era como
saber que al cruzar la calle debía mirar a ambos lados, pero el destino se
empeña en jugarnos las cartas trastocadas.
Supo
que llevaba una vida en su vientre y el miedo le caló el alma. Y fue tan
natural la incertidumbre como su naturaleza de mujer. Ella, como todas, pensó en
la edad, en los sueños inconclusos, la posibilidad de llevar hasta la cúspide
su carrera, pensó como nunca antes en la ausencia.
Hubo
muchas preguntas, pero en el fondo siempre supo lo que realmente quería y debía
hacer. No sería la primera, ni la última madre guerrera. Sentía la fuerza
suficiente para criar a su hijo con ese carácter y la energía que ahora nacían
de una condición insuperable, la maternidad. Y llegó aquel día, la captación
del embarazo, con sus dígitos y averiguaciones, y se enfrentó a la realidad de
ser única en la decisión.
Le
sorprenderían después los momentos insensibles, cuando llegara la noticia al
mundo afuera y la primera mirada general estuviera dirigida a aquel espacio
vacío en el lugar del padre. ¿Acaso nadie podía verla a ella, suficiente y
madura como para vivir por dos? Y es que hay cuestiones de vida en las que el
género se bifurca, el amor se vuelve impar.
Aquel
público indiferente se obstinaba en encontrar la dualidad, en escribir sus
propias conclusiones, historietas superficiales de los hechos inesperados,
comenzaron a llamarle a su bebé: “reproducción independiente”. ¿Existirá una
historia más real y concluyente que el hecho de querer ser madre?
Ella
creció, a la par de su abdomen… creció como mujer y como madre, cuando asistía
puntual a las citas del consultorio, aun cuando el sueño, los ánimos o la
angustia le amenazaran, mientras se quedaba en vela hasta tarde en la noche
frente a un libro que le instruía cada momento de su embarazo y comenzaba a
hacer cálculos de las necesidades primarias, las comidas diarias, los
medicamentos en dosis exactas.
Maduró
pronto, dando un tumbo a sus dietas de estilismo, poniendo en su lugar algunas
celulitis de más. Dejó de preguntar por sabores ricos para cerciorarse de los
sabores seguros, hizo gestiones, buscó diferentes opiniones que le aseguraran
la salud de su criatura.
Nadie
se lo puso fácil. Cada proceso estuvo acompañado de cuños burocráticos, idas y
vueltas por indiferencia de quienes deben agilizar trámites, colas
interminables, falta de recursos…Pero, ella ahorró al máximo, soñó más lejos y
emprendió la marcha sola.
Ya
no importan las miradas curiosas, el vacío a su lado en las consultas, las
promesas rotas. Cada día su vientre se mueve para indicarle por qué se siente
tan viva, tan completa. Se duerme hablándole a su pequeño, y a solas le cuenta cuánto
quisiera tenerlo ya en sus brazos, cómo desea que de grande sea un hombre de
bien, el primero que la ame tanto como ella lo ama a él.
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