sábado, 27 de abril de 2013

Oficio


En eso de hacer reír y volver jocoso hasta el incidente más luctuoso, Tomás Montero tiene las de ganar. Vecino del kilómetro 21, una comunidad de paso entre ´Colombia´ y ´Amancio´, el chino, para quienes así prefieren llamarle, amanece sus días en el alba de los 60 abriles, cobijado en el oficio de la sepultura.
Pero la jarana, tanto como la gracia para formar en un dos por tres un conjunto guajiro, le vino en la sangre como garantía genética de una familia de campesinos. Once hermanos le dieron la alegría de existir al viejo Antonio, pero solo Tomás tendría el empuje para ocupar su lugar tras el retiro. Hoy, disfrutan juntos el haber desarrollado por casi cuarenta años el virtuoso oficio de velar por la integridad del cementerio del kilómetro 21 de ´Colombia´, administrar, cuidar su limpieza y realizar con honores entierros y exhumaciones. Una tarea a la que algunos temen, otros respetan y no todos se atreven a desempeñar.
-       ¿Cuándo comienzas el trabajo en el cementerio?
“El viejo mío se retiró en el 95´. Cuando empecé ya sabía hacer de todo, él me enseñó. El cementerio tiene cinco cordeles de largo por dos de ancho, ahí trabajo solo, cuido que este todo organizado.”
“Lo que hago es asistir los entierros con ayuda de las familias, con el respeto que merecen. Cojo la cuchara, la masilla o el cemento y sello bien la tumba, con limpieza, para que los dolientes lleven una buena impresión del trabajo. Lo más difícil es cuando a los dos años se cita a la familia para hacer la exhumación. Me pongo todos los medios de protección, hago la limpia y saco los restos. Después se depositan en los osarios particulares o estatales, que es una posibilidad que el estado da a los familiares que no tienen propios.”
-       Alguna vez sentiste miedo o incomodidad del oficio.
“A mí no me da miedo, es un trabajo normal. Con todo respeto que puede tener un trabajador de Comunales, le damos el entierro y apoyamos a los familiares en ese momento. El cementerio es un lugar sagrado, donde reposan nuestros seres queridos, por eso merece todo el cuidado posible.”

lunes, 15 de abril de 2013

Un paraíso en San Antonio


Un sendero discreto rompe el camino y se pierde la vista en la espesura. Bastan unos cuantos metros para descubrir en medio de un paraje sin notoriedad o gloria, cedido a su suerte por la geografía poblada, una maravillosa cultura agrícola ceñida a la herencia familiar de antaño. Allí tiene Nelio Pedro Leyva Escobar poco más de una caballería de paraíso verde y productivo que juró no dejar padecer desde que a los 15 años emergiera como productor.

Poco más de18 kilómetros separan al asentamiento de San Antonio del pueblo cabecera de ´Jobabo´. En lo angosto de un camino de terraplenes, maleza y electricidad intermitente, convive una rica experiencia rural de bueyes con arados, agricultura heterogénea, madera y guano. “Yo empecé a sembrar con mi papá desde temprana edad, él me enseño a ordeñar vacas, trabajar con ganado, cultivar… nací aquí mismo y toda mi vida me he dedicado a este pedacito de tierra”, asegura Nelio.

A este miembro de la cooperativa Rafael Trejo, ni la enfermedad o los achaques que ya comienzan a sentirse con la edad, le impiden despertar bien temprano cada mañana para dar orden a su mundo. Bajo el precepto de dejar crecer solo plantas provechosas en sus terrenos, un refugio de variedades verdes crece con disposición natural alrededor de la finca, sin cabida a un espino de marabú o indicio de descuido.

Su incursión como asociado a varias cooperativas estuvo mediada por el puesto de presidente durante cinco años de la “Panchito Gómez Toro”, la dedicación constante al campo, gran pasión de su vida, y la estética manifiesta en cada surco que traza. “Todo mi terreno está sembrado, generalmente con maíz, frijol y tomate. El año pasado solo en granos entregué a la cooperativa 67 quintales.” Se anexan entre traspatios y áreas limítrofes producciones de coco, plátanos en diferentes variedades, mandarina, naranja, limón, mango, cereza, fruta bomba, guayaba, yuca, aguacate, noni. “Todo lo que obtengo se lo entrego al estado, el resto es para autoconsumo”, confirma mientras rebana un racimo de plátanos “macho” de calidad probada. De trasfondo y en perfecta alineación se extiende rebosante un campo de tomates con más de diez mil plantones logrados.

“Uno sabe cómo sembrar de antemano, pero ahora nos preparan mejor, se dan seminarios por la cooperativa antes de comenzar las cosechas. Nos hablan sobre la distancia entre carreras, como aplicar la fumigación, fertilizante, la atención y vigilancia. Este año tengo un plan de entrega de 100 quintales de tomate, de la variedad llamada: rojo, más de 30 de frijol, 40 de maíz, mango y un puerco.” Con el soporte de un viejo motor de turbina, extrae de un pozo artesiano el agua para entregar por regadío casero sus plantaciones y parte de las vecinas, con cobertura de casi tres hectáreas. “Las principales dificultades en la siembra se me dan por el deterioro del motor. Los campesinos enfrentamos problemas para aumentar la producción porque no contamos con la cantidad de producto que se necesita: abono, fertilizante, pesticida, equipos de fumigación, equipos para regar, a veces también falta el petróleo para el motor que es muy consumidor.”

Detenerse ante al portón de la finca de Nelio provoca admiración. Como si se tratase de un acuerdo divino, en perfecta conjunción limpieza y naturaleza rinden respeto al trabajo esmerado de sus anfitriones. Una casita de tablas y guano, cubanísima como su idiosincrasia, pintada y acicalada con esmero, demuestra la belleza de lo simple, la grandeza de quienes tienen el don de aderezar su entorno y producir cuantías con pocos medios y profusa dedicación.