lunes, 16 de enero de 2017

Madrecitas



Dicen por ahí que no existe un manual para enseñarnos a ser madres…mi amiga lo corroboró el día que su hijo adolescente le pidió permiso por primera vez para salir a una fiesta de 15, alegando que era cerca de casa.
Cuenta ella que el día señalado para la actividad juvenil gastó todos los recursos posibles para evitar la salida, suplicó a los cielos por un buen chaparrón, subió a tope el volumen del televisor con ansias de apagar la música que provenía del cumpleaños, se inventó tareas del hogar agotadoras al extremo, una revisión de libretas, repaso de asignaturas, más tarde un videojuego divertido…hasta que pasadas las nueve, el jovenzuelo cayó rendido del cansancio, tras un día lleno de actividad madre-hijo.
Ella saboreó su victoria pero no por mucho, su pequeño ya tiene 14 y comienzan a parecerle lindas algunas niñas de la escuela. “Cuando tenga novia, ¡yo determinaré si le conviene o no la muchacha!”, dice y nadie puede persuadirla de lo contrario.  
He escuchado de sobreprotección, la he visto y ¿quien no la ha vivido un poco en casa? Pero, ¿cuánto daño puede causar irse a los extremos? Por curiosidad, quise hacer una encuesta aleatoria, no significativa, pero al menos demostrativa, acerca de los apuros de ser madre sobreprotectora de un adolescente varón y…al parecer, es cosa seria.

Las tendencias varían desde no permitirles tiempo de ocio con los amigos -incluso evitar los amigos- hasta impedirles disfrutar de ese tan necesario tiempo a solas donde naturalmente ellos comienzan a descubrirse.
“Se encierra horas en el baño”, “a veces se queda pensativo, soñando”, “se reúnen dos o tres varones en el portal y conversan bajito para que no los oiga”, son reclamos recurrentes de las familias. Y, ¿qué hacer ante esas señales?…cada quien saca sus propias estrategias, no siempre las mejores, así dice mi amiga: “Cuando se encierra en el baño me agacho y miro por debajo de la puerta o le toco ¡y tiene que abrirme inmediatamente!”.
La vida está cubierta de ciclos, los adolescentes de hoy no son diferentes a los de hace veinte años, cuando de desprendimiento hormonal y conducta se trata, saber guiarlos por una educación sana no significa reprimir el instinto. En todas las épocas los hubo “mala cabezas” y existieron peligros, sin embargo nada se logró nunca con prohibir las actividades -igualmente sanas- de recreación, salidas, bailes, los primeros noviazgos. El saber ganar la confianza del hijo es quizás la victoria más grande.
Supe de historias de ´extrema-protección´ de madres, que incluyeron pagos a los compañeros de clase más grandes a cambio de abrigo a su hijo indefenso; certificados por enfermedades ultra rarísimas para evadir cualquier actividad de esfuerzo físico en la escuela y hasta llamadas anónimas al director del centro internado para notificar potenciales casos de embadurnamientos de pasta y otras maldades en las noches.     
Sin ánimo de lanzar la piedra hacia arriba, pues quien escribe aun habla sin conocimiento de causa, solo tanteo, por simple curiosidad ya dije, el terreno angosto de la maternidad. Es cierto que no existe un reglamento capaz de regular el amor de una madre, supongo que es cosa de valentía personal dejar que los polluelos salgan del nido -y reprimir el deseo de ir tras ellos a hurtadillas, para ver cómo y con quién vuelan-.

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