martes, 22 de julio de 2014

Reencuentro

Parecía que el tiempo no había pasado. Sobre la mesa los recuerdos a borbotones, las carcajadas a destiempo, entre todos era más fácil reconstruir las escenas… volver a sentir y vivir. Diez años de intermedio y parecía que el tiempo se hubiese detenido en aquella graduación del noveno grado, en el año 2003.
Aquellos alrededor no éramos los mismos, lo descubrimos cuando la noche avanzaba y entre recuerdos cada uno dejaba escapar a retazos la madurez inexcusable, la dureza siempre palpable y la dicha, por qué no, de los años transcurridos. ¡Nos parecía tan cercano el preescolar con sus chiquilladas!, los primeros pasos de un encuentro que la vida nos preparaba para ser eterno.

Volvieron a escena las primeras fugas de los varones hasta el riachuelo, con llantas de bicicletas y pomos para capturar peces…y las vueltas a casa con el fango apenas disimulado, la piel tostada, el regaño inminente. El juego de las niñas a ser grandes, a grabar confesiones ante una grabadora de casetes maxell, con el sueño de que un día sin más, tal vez en la vejez, los encontraríamos entre cajones y probaríamos la ejecución de aquellos sueños.
Descubrimos que la escuela no siempre es el reflejo del futuro, que definitivamente el camino se traza andando. Y allí estaban los dos traviesos que simulaban un malestar repentino para escabullirse de clases, ahora duchos en la materia de estar de frente, en la pizarra, con la picardía suficiente para saber cuando un alumno cree poder utilizar los mismos trucos. Con la astucia conveniente, heredada de los claustros de corazón,  para reprender y premiar a la vez, ganarse a los más “difíciles” y lidiar con el cambio de generaciones.
Y allí estaba el hijo de Ramón, uno de los tantos profesores que marcaron la rectitud de nuestro camino. El mismo que un día fue tentado por los pícaros del aula a dejar en blanco la prueba que calificaría su padre… y a quien, días después, el cero en su expediente le diera la mayor lección moral que hoy recuerda cada vez que entra a un aula con el plan de clases bajo el brazo.
Aquel era el grupo de las casas de estudio, la amistad más allá de las aulas, de madres preocupadas, de niños con problemas de salud, de economía, de conducta…el grupo más unido que podemos recordar. En una foto en blanco y negro se deja ver ese día, los rostros infantiles aun, la algarabía del fin de curso, sin sospechas de que se terminaban los mejores años juntos. 
La vida arreció con más fuerza, cada uno tomó su camino, en medio se interpusieron millas de mar abierto, kilómetros interprovinciales, universidades, nuevas amistades. Y en el camino, de vez en vez, el destino hacía que coincidiéramos en la acera. Pero se nos había olvidado la complicidad, la sustituimos sin darnos cuenta y con un simple “¡que tal!” bastó por mucho tiempo.
Diez años habían pasado para algunos, pero ese día el calendario, la vida y las circunstancias apuradas hicieron que el más lejano retomara la distancia, confiado en que aun existía el afecto. Sobrevino entonces la búsqueda entre viejas direcciones, las preguntas por el barrio…los abrazos efusivos, la sorpresa, las fotos, el reencuentro.
Unos más delgados, otros más serios, un artista plástico, un excelente maestro…los sueños habían cambiado y el estar fuera de casa a deshoras, lejos de los biberones y uniformes escolares ya no era una posibilidad para algunos.

Habíamos crecido…pero aquella noche, como suele suceder con las cosas inesperadas, volvimos a recordar, nos volvimos a encontrar…y por unas horas…parecía que el tiempo se había detenido.   

2 comentarios:

  1. Yane, me alegra que te hayas embullado a hacer el blog y escribir de estas nostalgias. Un beso grande, te quiero mucho

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  2. Me alegro por tu reencuentro...espero que lo hagan con los de la Univ....si pueden me invitan..jajajaja

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