lunes, 15 de junio de 2015

Humanidad



Aquella señora subió acompañada de un adolescente hermoso, vestido con las ropas que la moda permite a nuestros muchachones, aunque sencillo; en el cabello aquel corte creativo con rayas y figuras.
A simple vista era imperceptible la condición de RM (retraso mental), lo supimos por ella, media hora más tarde, cuando sus compañeros de viaje se le antojábamos más cercanos. La diferencia entre razas y facciones era evidente, aquel chico no había salido de su vientre, pero ante el amor, no hacen falta protocolos...
No supo que más comprar para calmar sus inquietudes, cuanto vendedor de golosinas pasó por allí, fue abordado por la señora que ansiaba la salida del transporte y temía que su pequeño perdiera la aparente calma.
Me sorprendió el ofrecimiento, él giró su cuerpecito menudo y extendió un cucurucho de maní, aderezado con la sonrisa y el gesto más galante que había visto hasta entonces. “Acéptalo. Él te lo regala”, dijo ella, un tanto adivinando mi sobresalto, con una ternura que demostraba a las claras la forma en la que aquel muchacho disimulaba su patología genética tras un modelo de conducta envidiable.
La explicación clínica vendría después, como comentario de pasillo, pero no menos instructiva que una conferencia magistral. Aquel era su hijo desde los dos meses de nacido. Desde entonces ambos sostienen -con la entereza pasmosa con que los seres de espíritu fuerte enfrentan las vicisitudes- la alta responsabilidad de una condición médica que implica, entre otros tratamientos intensos, la necesidad de hemodiálisis reiteradas.
Esta especificidad médica altera el mecanismo de coagulación de la sangre y atrae considerables trastornos: densidad y dificultad para su circulación, parálisis, afectaciones directas en los órganos y extremidades. A ello cabe agregarle que en la provincia existe insuficiencia de cobertura profesional para la especialidad.
Los chequeos constantes y la firma de una dieta rigurosa que el Estado entrega a estos pacientes solo es viable por medio de un Hematólogo. Para quienes viven en un municipio, el traslado a la provincia en busca de asistencia se revierte en una barrera adicional.
Aquel día se había sucedido para ellos entre incontables viajes desde el Hospital Pediátrico hasta el General Docente “Guevara”, tras la pista médica y los análisis de rutina. El cansancio era innegable, llovía, y a la molestia se unía la preocupación del viaje por tramos ante la ausencia a esas horas de un transporte directo hasta el sur de la provincia.
Sin embargo, ninguna de aquellas trabas modificó el estado de ánimo apacible y tierno de la madre para con el hijo que le regaló la vida. La grandeza con la que ciertas personas enfrentan la vida, educan, protegen a seres más indefensos es, sencillamente honorable.
Recientemente se abordó en el espacio Latir del Pueblo la necesidad de abrir una sala para las Hemodiálisis en el sur tunero y aliviar los traslados hacia la ciudad cabecera. La Dirección Provincial de Salud habló de evaluar las oportunidades con el esfuerzo técnico y material propio del sector.
Nunca será suficiente el apoyo del personal que asiste a personas que conviven con padecimientos perdurables. Por solo citar un ejemplo reiterativo, no son pocos los casos de conflictos en las farmacias por la venta de un medicamento restringido, ante la única errata de haber sido emitido desde una provincia vecina. Todo ello sin que por medio prime la gestión con el Sistema de Salud Municipal, la ayuda, la comprensión…
La inigualable posibilidad que ofrece a nuestra sociedad una asistencia médica gratuita y humanitaria como pocas en el orbe, crece mucho más cuando anda acompañada de la eficiencia sin descanso, de la pasión más allá de las reglamentaciones.


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